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El Panteón de Agripa en Roma: El edificio más bello

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El Panteón de Agripa en Roma: El edificio más bello

Nota 15 May 2009, 16:15

No te lo esperas pero ahí está. Uno va callejeando por este laberinto mágico que es el centro de Roma y, de repente, se da de bruces con la Piazza della Rotonda y uno de los grandes edificios de la época dorada de la ciudad de Roma. Todo es armonía. Es macizo y contundente por fuera y de un delicado que llega a emocionar cuando atraviesas el plinto sostenido por recias columnas y te encuentras en el corazón del templo. Es el edificio más bello del mundo. Sus formas son como una sinfonía hecha arquitectura.

El ‘español’ Adriano es considerado por los romanos como uno de los mejores emperadores de la vieja Roma. Dejó una huella imborrable de cultura, buen gobierno y obras públicas por toda la ciudad; y por eso Roma lo recuerda con cariño. El Panteón de Agripa, un templo hecho para honrar a todos los dioses de la cosmología latina, es el diamante de ese buen puñado de edificios notables que el emperador hispano dejó como legado a la ciudad que supo gobernar con justicia.

Como casi todo en una ciudad milenaria, se edificó sobre un edificio anterior. En tiempos de Adriano el edificio fue enteramente reconstruido, aunque su nombre no aparece en las inscripciones debido a su modestia, algo que no casa demasiado bien con el afán de gloria que caracterizó al pueblo romano. Recibió el nombre de Panteón de Agripa porque fue el yerno de Augusto, Marco Agripa, el que levantó el edificio original en el año 27. Las marcas de fábrica encontradas en los ladrillos corresponden a los años 123-125, lo que permite suponer que el templo fue inaugurado por el emperador durante su estancia en la capital del mundo entre el 125 y el 128 de la era cristiana. Se cree que el artífice de tal maravilla fue el arquitecto Apolodoro de Damasco.

La principal novedad del edificio fue su gran cúpula, que tardó bastante en ser superada (habría que esperar al Renacimiento para encontrar una cúpula más grande aunque bastante más para encontrar una tan perfecta). Por fuera, como ya hemos dicho, es un tambor con un pronaos sostenido por una imponente columnata que actúa como vestíbulo de entrada. Por dentro es una maravilla que se salvó de ser una cantera para edificaciones más modernas (como le sucedió a la práctica totalidad de la Roma imperial) gracias a que se convirtió en iglesia poco después de que la religión católica se convirtiera en la oficial del Estado. Pese a todo, el panteón no se libró de los saqueos para obras pías. El papa Urbano VIII, de la familia de los Barberini, mandó a levantar todas las tejas de bronce que recubrían la cúpula para hacer el baldaquino de San Pedro y cañones destinados a los ejércitos papales. Los romanos no se lo tomaron muy bien y acuñaron una frase irónica que se ha convertido en todo un clásico: “quod non fecerunt barberi, fecunt Barberini” . En español podría traducirse como “lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”.

La influencia de este edificio ha sido determinante para entender el desarrollo de la arquitectura moderna y hay quien dice que el Renacimiento surgió cuando otro de los grandes de la Historia del Arte penetró en su interior para aprender. El mítico Bruneleschi, autor de la imponente cubierta del Duomo de Florencia, examinó al detalle esta magnífica obra de 44 metros de diámetro antes de iniciar su magistral cúpula de ‘espina de pescado’ de la catedral florentina. Si caminas bajo el ósculo de casi 8,9 metros de diámetro que se levanta en la cima de la cúpula y que conecta el interior del templo con el cielo puedes sentir la presencia de algo trascendente que va más allá de lo terrenal; y esa era su función; ser algo así como un gran aeropuerto que conectara a los romanos con sus dioses.

En el sumun de su perfección, unos agujeros de tamaño casi microscópico practicados en el suelo impiden que el agua se acumule en el interior del edificio cuando llueve. No se ven, pero están ahí impidiendo que el agua cause estragos en el edificio. Y todo esto hecho hace casi dos milenios. Miguel Ángel comentó una vez que su diseño era “angélico, no humano” y Stendhal, en sus famosos ‘Paseos por Roma‘ lo catalogó como “el más bello recuerdo de la antigüedad romana”.



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